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Lo que nos sucede

                         

                              I

 

 

Lo que nos sucede, entre otras cosas,

es que a nosotros no se nos brotan ángeles,

calandrias y palomas en plena guerra,

en pleno desastre organizado

cuando arrecian las tormentas del abajo,

de la mano de los que reparten;

no se nos figuran laureles que oculten

nuestra tremenda lucha diaria

por conseguir el pan y el trabajo;

no se nos vienen encima esas ganas de salir a las calles

a protestar y cambiar del todo lo que está mal,

no se nos ocurre que entre todos podríamos borrar

todo lo devenido en silencio por el flagelo del consumo;

no se nos entrecierran los ojos para ver

la realidad oculta entre tanto lobo suelto,

ni se nos ha preparado el corazón para tantas decepciones.

​

Lo que sucede es que esto mismo ya nos ha ocurrido

cientos de veces, tal vez miles, en que dejamos

que el oprobio se adueñara de nuestro territorio

hasta que uno, con ánimo de Cid y otro,

al mando de los pájaros, y otro, con estrellas en la boca,

y otro, que desconocía el temor, y otro alquimista,

y otro que volvía la sangre en grito, y varios más,

con puñales de poemas y a dentelladas secas,

alzaban el brazo por delante a sabiendas que detrás,

el pueblo marchaba con las armas de leer y trabajar,

de trabajar y leer, hasta que las velas quedaran sin pabilo,

o hasta que en definitiva, nos dejaran avanzar

por ejercicio ilegal de nuestras propias convicciones,

y por derecho aislado, y por izquierda inquebrantable,

sin más remedio que la propia locura de vivir

para sabernos vivos, en nombre de la vida.

​

Porque lo que ocurre, es que nosotros no imaginamos

el día a día sin una orden que acatar, sin una sola adicción

que nos oculte todo lo que en estos años

no hemos dicho nunca.

​

Miguel Hernández

​

Cielo Arriba

                          I

​

Salgo en este aire que me empluma el vuelo,

estas ansias de embravecerme la cresta

con el sueño de alguna tierra lejana,

de componer melodías que al final del camino

pudieran anunciarme a costa de cualquier cosa.

A sangre y fuego de un año y casi más,

en que no logro remover la tierra de mis zapatos

hacia esos espesos albores donde el pueblo

canta en las ollas, o labra alabanzas

al esfuerzo y la lucha, tremendamente diaria,

de solventar un país de nuevo y siempre nuevo.

Porque este país viejo ya no nos sirve;

Ya no sirve esta costumbre previsible de las cosas

en que todo sucede sin mayor asombro;

sin espanto de  aquello que vendrá;

sin la menor perturbación de aniquilarnos a nosotros mismos

yendo hasta el pan, o muriendo de pie

frente a las injusticas del salario y el patrón,

de la media rota y la cocina, porque es ahora justamente

cuando comenzamos a comprender

que la lucha sin nosotros,

no es más que una fotografía absurda,

una falta de motivos,

una pequeña pose de aquello que pensamos

o tal vez, por qué no,

de lo que no llegaremos a pensar jamás.

Y si bien los absolutos también son metáforas,

irrealidades de algún cielo que podría acontecernos

alguna vez, alguna sabia ocasión,

podemos agacharnos y preguntarnos por debajo de la puerta

si aquello que ocurre dentro nos pertenece,

o definitivamente ya forma parte del mundo.

¿Y entonces cuál es el mundo?, diremos.

Solo el que está adelante.

Tal vez, ésa sea la única respuesta.

 

 

                  II

 

Claro que así de costado

los pies pueden volverse a la cabeza,

y de pronto este mundo

no es más que un excesivo vértigo

de estar y de caer;

de permanecer y aniquilarnos;

de sorber y de absolver;

de endosar y adosar;

de llevar y de guardar;

de importar y exportar;

de comprar y de enfermar;

de abusar y de no ser;

de apurar y no frenar;

de callar y no decir;

de acusar sin disparar;

de gritar y no atacar;

de cruzar y temer un nuevo ataque

y querer volver, y no haber salido nunca;

de no volver a equivocarse,

de pedir perdón al asesino,

al pederasta, al psicópata,

al torturador y al juez,

al desequilibrio de la nuez que guarda

algún gusano en su vientre

Y al carecer de quien pueda abrir

esta tremenda injusticia,

cultiva como nadie hasta entonces,

la madurez corrupta de las esencias;

el último ajedrez en el cerebro

de su propia naturaleza.

 

 

                 III

 

Pero es en la propia noche

donde moran los recuerdos.

Hasta allí alcanzan los fuegos fatuos

de los enseñoramientos indultados,

que más tarde o más temprano

volverán a enseñarnos el ejercicio

y la práctica de ocultarnos

bajo los más sanos argumentos,

en la expropiación y el derecho al insulto

justo al corazón del pueblo,

donde desde hace años, siglos,

tal vez historias perdidas y vueltas a escribir,

el hombre original cultiva una flor

sin fusiles que lo obliguen

a celebrar la vida.

 

 

                  IV

 

Abajo es como es arriba

dice una antigua ley.

Es decir que entonces

aquí, debajo, podemos llovernos,

soplarnos hasta barrer lo gris,

refrescarnos como arriba

con el grito al sur, aliento infinito

que nos arrastra hacia el pájaro continental,

hacia la especie única del paisaje

y en este azul que nos destella adentro,

volvernos impredecibles,

inquebrantable sopor de la inmensidad

en que las cosas vuelvan a nacer,

y otra vez se derrumben.

Para que arriba sea como es abajo,

y el hombre pueda contemplar su naturaleza

de tormentas y espantos,

sin que llegue al lugar exacto

en el que ambos se dividen;

porque entonces sabría, una vez más,

las distintas formas de asesinar el sueño.

 

 

 

                                               Miguel Hernández

 

 

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